La liza

Otoño en el Rhin. Bonn (Alemania)

Llega la Luz,
despierta la Sombra.
Atónito,
el paladín ve ambas crecer,
adoptar formas
cambiantes,
misteriosas,
imprevisibles,
aterradoras
por su magnetismo,
fatalmente atractivas
por su insólita belleza.
Comienza la liza.
Luz y sombras en lucha agónica,
paladín en combate galante
con la paz del Alma como premio.
Y el pobre caballero,
testigo, títere y protagonista,
lucha encarnizadamente
por estar del lado de la luz
a pesar de lo muelle de la sombra.
Por seguir la llamada sublime
sin dejar atrás el confort del instinto.
La máscara…
La máscara viste de fiesta
la lucha fratricida
entre luz y sombras.
Tan pronto nace la Luz,
aparece la Sombra.
Solo al marcharse la Luz
se aletarga la Sombra.
Sin Sombra
no hay Luz;
sin Luz
no hay Sombra.
Y tú,
paladín en este torneo eterno,
en este torbellino sin fin,
te escondes
– sonriente –
tras tu máscara
cuando al fin te percatas
de lo inane del combate.

Te despojas de espada, escudo y adarga,
llevas la mano a la máscara
para ocultar la sonrisa,
para que Luz y Sombra
sigan su baile perpetuo,
continúen en la ilusión de tu lucha,
en el fantasma de un combate feroz,
cuando lo que te guía,
y ahora lo ves,
es el amor a ambos contendientes,
esos que ya te han convencido
de que uno más uno
es infinitamente más que dos.

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