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Mostrando entradas de enero, 2016

El árbol del desasosiego

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Feliz de ser árbol y de dar frutos, estaba el árbol en la orilla del río. Disfrutaba el sol, la lluvia, el viento, la fértil humedad de las aguas en su flujo constante hacia el destino. Las estaciones se sucedían sin tregua, el frío del invierno le daba reposo, la primavera despertaba sus fuerzas, el estío, con su calor, hacía que sus ramas se combaran con el peso de los frutos para su recolecta en otoño y volver a adormecerse, tranquilo en su felicidad, hasta la llamada de la primavera. Un día especialmente denso, especialmente intenso, intentó, como cada primavera, estirar sus ramas, expandirse, pero se encontró sin fuerzas, solo. No le acompañaba el arrullo del agua, ni sentía la caricia del viento. Ni siquiera el sol, su amigo de tantos ciclos, hacía sentir sus rayos como siempre. Y nuestro árbol, sin saber qué pasaba, empezó a mirar en su interior. Sus raíces estaban sanas, se hundían en la tierra fuertes, robustas, profundas. Pero la tierra se resistía a darle el suste

Exploradores

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Enfrentados uno al otro comienza el baile iniciático. Los ojos se dirigen al otro, escanean el objetivo con precisión mientras se va encendiendo el fuego que los llevó al espacio. La mirada fluye hacia las manos, manos que zarpan en una singladura especial hacia un territorio que rememora el origen, pero que atrae con magnetismo sensual. Las manos exploran con suavidad el paisaje recorrido por los ojos. Primero titubean en su inquisición: frente, ojos, nariz, orejas, boca. Buscan desterrar la idea de entrar en un sueño, quieren ser como aquel Tomás que no se fiaba de sus ojos cuando volvió a ver a su mesías. Ya las manos pierden su temblor: Las sondas trémulas dejan paso al gesto posesivo: tierra ignota, puerto de destino, voy hacia ti. Y con el aleteo de las manos que se entrelazan, se buscan, se encuentran, se separan, se atraen, orbitan, colisionan, despegan del nuevo territorio para aterrizar en un espacio nuevo. La danza de las manos desciende

Caminos III

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Caminos       Rectos, infinitos,       nos llaman como las sirenas;       no sirve de nada resistirse,       la llamada del camino       se instala en nuestro tuétano,       nos despierta,       nos arrulla,       nos anima, nos inquieta,       nos causa desmayo,       nos alimenta, nos conforta,       nos hace sentir vivos. Los caminos de las vidas       recorridos una y otra vez,       vida tras vida,       Plan del Alma tras plan del Alma;       teñidos por el barniz de lo aprendido,       por la pátina de lo vivido,       por el telón de lo olvidado,       por el brillo del recuerdo,       por la Vida que somos. Ese camino que seguimos       nunca suficientemente recto,       nunca suficientemente ondulante,       con sus retos y desafíos,       con sus logros y sus pruebas,       siempre cambiando,       siempre avanzando. Las etapas de nuestros caminos,       los capítulos del Libro que somos,       se suceden sin pausa;       acaban en r

Caminos I

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Caminos       Rectos, infinitos,       se pierden en la lejanía       hasta ser horizonte. Caminos       Rectos, infinitos,       que siendo camino       se convierten en metas. Caminos       También serpenteantes,       imprevisibles, ondulantes       en los que el horizonte       se vuelve quimera,       la meta se aleja y acerca       en baile frenético. Caminos       En el planeta, en las estrellas,       que son nuestra ilusión       y por los que transcurren       inexorablemente       nuestras vidas. Caminos       Que nos llevan y nos traen,       que nos hacen mover       siempre avanzando       a donde nos lleve el Alma.