Shock


Abres tu ordenador, entras en una red social y encuentras una frase que has dicho, casi copiada literal, como cita de un libro muy conocido que nunca en esta vida has leído. Y se remueve todo.
Los límites del recuerdo, la sensatez de lo vivido, dejan paso a un torbellino de sentimientos, de sensaciones, de chispas caóticas que llenan tu cráneo de manera anárquica. Los circuitos de las memorias se entrecruzan, la mente racional intenta, en vano, controlar, dirigir, moderar, modular…
CAOS
La sensación amenaza con saturar tu cerebro, no hay más. Se ha puesto en marcha, la inercia hará que se convierta en un perpetuum mobile, en una evocación del movimiento continuo que, según la física newtoniana, solo puede existir en el vacío.
Oscuridad, angustia, desasosiego.
Abres un documento en blanco en el procesador de textos, sales de redes sociales, haces tareas mecánicas: ajustas márgenes, idioma, formato de párrafo, diseño de documento… creas la vana ilusión de estar haciendo algo útil cuando, en el fondo, sabes que acabarás volviendo a los ajustes de siempre: ya has invertido mucho tiempo en buscar tipos de letra, tamaños, espaciados, como para llegar a algo nuevo.
Respiras.
La sensación de golpe a la armonía del sistema que te has creado te vuelve a asaltar. No hay tal golpe, no hay violencia –aparente– , todo está en tu imaginación. Pero la sensación es real. El vértigo emana de las luces que chisporrotean como las salamandras en la hoguera, las luces destellando en tu cerebro como elementales de una energía que alguna vez tuviste la vana ilusión de controlar.
Miras la página en blanco. Y empiezas a escribir. A intentar, como en tantas otras ocasiones, atemperar el vértigo, apaciguar el torbellino de ideas e imágenes. Escribes.
Como si te fueran las vidas en ello. Como si esa frase tuya de ahora reencontrada en un libro famoso de un escritor conocido que no has leído no hubiera sido la piedra arrojada al lago en calma. Como si la frase…
Exhalas aire, relajas los hombros. La tensión sigue en el centro de la espalda, hacia el lado izquierdo. Respiras profundamente. Inspiras. Expiras. Inspiras. Expiras. Inspiras. Expiras. Los destellos no apaciguan su movimiento, tu respiración se mantiene, aun así, sosegada. Los dedos vuelan por el teclado, van pulsando teclas, el blanco de la página va desapareciendo bajo un tapiz de letras y espacios, de diacríticos y tildes, de signos de puntuación que intentan imponer un ritmo al flujo del texto que, en pleno eco del golpe, del mazazo, va haciendo el camino desde tu mente hacia las yemas de los dedos.
Estás conteniendo la respiración y no te has dado cuenta. Hombros, cuello, trapecio, brazos combinan movimientos y rigidez, las yemas de los dedos siguen volando sobre el teclado.
Detienes el movimiento. La tensión que te hace contener el aliento está atenazándote más de lo que crees razonable. Respiras, exhalas tensión, inspiras sosiego; exhalas tensión, inspiras sosiego; exhalas tensión, inspiras sosiego, respiras. Detienes el flujo tempestuoso de luces e ideas antes de crear un tsunami imposible de asumir.
Calma.
Ya llegará, si la necesitas, la clave para entender qué está pasando, qué se está posando en tu ánimo para acelerar estos procesos.

O no.

Comentarios

  1. Comparto tu caos, sólo que los destellos de sin razón en mi cerebro no se traducen en yemas que vuelan golpeando las teclas del ordenador. Quedan dentro sin poder expresarse, ahogados en una sensación de vacío y melancolía; de desasosiego y serenidad.
    Espero que en algún momento no muy lejano alcances la calma necesaria para ser todo lo feliz que se puede ser en esta vida.

    Un fuerte abrazo y un millón de besos.

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