La musa

Al final de la oscuridad llama el destello del espejo, me atrae al seno de un hogar yermo. Cristal gélido, vaho glacial en la noche, cuando dos ascuas iluminan el reflejo. Mis ojos se pierden en la mirada ígnea del azogue que me observa. El calor intenso del ascua viva prende feraz la luz en mi mirada. Incontenible comienzo a pintar sonidos, a escribir imágenes, a esculpir el aire fragante con el cincel de la fantasía. El azogue en ascuas refulge en el espejo; el fulgor se hace materia: Son las alas de la musa que se extienden más allá del cristal y acarician livianas la angustiada mente del rapsoda enmudecido que, por fin, recobra su voz.